A pretexto de la obra “Línea y Contorno de un Abismo” donde
se funden las historias de Pablo Palacio con la danza de los bailarines del
elenco de la Compañía Nacional de Danza del Ecuador, me entró el bichito de
desempolvar uno de mis libros donde se encuentran todas su obras, después de
más de 15 años volví a leerme la literatura de nuestro escritor lojano, Pablo
Palacio. De él recordaba su obra “Un hombre muerto a puntapiés” y “Débora”,
pero al seguir leyendo el resto de sus relatos, me encontré con algunos que me
impresionaron, y uno en especial por el cual lleva de título este post. Es
interesante como, a medida que vivimos experiencias, cambia la forma en que
percibimos una historia relatada en las páginas de un libro, esto es lo que me
ha pasado con “Amor y Muerte”, un estremecimiento con cada palabra al punto de
sacarme lágrimas. Es así como les presento mi historia favorita de Pablo
Palacio.
***
AMOR Y
MUERTE
A la vera del camino, tras un recodo de la loma, junto a los
grandes ventisqueros y frente a los grandes pajonales que hace crecer el frío,
estaba la choza de un viejo montañés de barbas patriarcales y canas, pronta a
desvencijarse bajo el peso asolador del viento que ruge, la nieve que cae y el
viento que pasa.
Fue en los estertores de un crepúsculo invernal, que en el
límite visible del camino, se dibujó la silueta temblona de una Vieja, con el
bordón a la mano y la espalda doblada bajo un fardo de penas. Fue acercándose
lentamente por el camino intransitable y, su voz cansada, sonó extraña a los
oídos del Viejo.
-Hermano: habréis visto pasar por esta ruta a un peregrino
joven, de mirar encendido, negra la cabellera, como el corazón de sus
perseguidores; rojos sus cantos, con el rojo de los combates.
Sintió el Viejo un rebullir interno de Pasado y sus ojos
quisieron ir más allá de los de aquella, cuyas palabras evocaban tiempos idos.
Pasó por su boca una sonrisa amarga y por sus ojos apagados, un brillar de
triunfo.
-Hacen veinte años –dijo- que llegué a esta choza, testigo
tal vez de qué ignorados infortunios, de que ignorados dolores, y sólo he visto
pasar a labriegos de lejanas alquerías, en busca de ganado perdido y a las
fieras de las montañas, en busca de presa que hacer.
-¡Veinte años! Veinte años justos hacen que partió. ¡Cuánto
he sufrido!
- Ven , hermana, ven, y bajo mi choza mal cubierta, junto a
la lumbre débil, me contarás tus penas; y yo las mías, que no han salido nunca
de estos labios viejos y sólo saben de ellas, las noches interminables, y los
días solos, cuando no hay pan para las carnes exhaustas ni fuego para el cuerpo
desvalido.
Y se sentaron juntos, y la llama dio un tinte rojizo a los
rostros y las cosas todas…
-Soy –empezó la Vieja- una copa escanciada de quien han
hecho festín todos los dolores. Empecé por amar y hoy sólo sé que el amor es
dolor. ¡Y cuán bello es! Como las rosas. Pero ¡Ay de aquél que se atreva a
arrancarlas sin cuidado: sentirá el agudo punzar de las espinas, que se le irán
muy hondo, muy hondo…! Como las llevo yo.
“Herminia me llamo, e hija soy de un Grande y Señor del
Reino de Orán; pasaba mi juventud monótona entre las cuatro paredes de la Casa
Feudal, pero el Amor había llegado a la puerta del Castillo y sentía un
estremecimiento intenso dentro de mi corazón; era Julián quien lo había herido,
mozo pobre de dinero, pero de alma pura… Nos amamos. Mas, mi padre llegó a
saberlo y nos encontró juntos, en sabroso coloquio de amor; fue implacable y
toda su furia la descargó sobre nosotros; el sufrió sumiso el castigo, mas, cuando
lo vio arrojarse sobre mí, se interpuso terrible… Fue una lucha horrorosa…
Y venció. Y se irguió radiante. Pero, viéndome a su lado,
se arrastró a mis pies. Perdón, perdón, perdón, gritóme y , levantándose,
corrió, corrió sin tregua ni descanso, con el rostro escondido entre sus manos,
humillado en su vencimiento. Y desapareció por el camino sin regresar a ver.
El Amor cual una ave carnicera, después de apurar toda la
sangre de mi corazón, se elevó de nuevo a las aturas en busca de otro, sobre el
cual cernerse.
Sí, se elevó ya, porque yo no podía amar al injuriador de
mi padre”.
El amante estaba lejos y, la amada suspiraba por él…
Tras las tristes brumas del trágico Pasado; tras el
recuerdo obsesionante de Padre, muerto por el dolor de la injuria; tras veinte
años de vida cenobítica, en la monotonía del Castillo: surgió el perdón. Cual
destello de Luz. ¡Pero cuán tarde!
-¡Indagué el paradero de Julián. Un sirviente antiguo de la
Casa me avisó toda la verdad. ¡Horrible verdad! Mi amante había sido desterrado.
¿A dónde? Se me hiela la sangre al recordarlo: sufre mi ser entero
estremecimientos indefendibles. Él había sido condenado a vivir allá, lejos,
muy lejos, junto a las nieves eternales y a las fieras hambrientas, allá, donde
hasta las flores mueren anémicas de frío, en la Siberia.
“Dejé el Castillo, dejé el Feudo, todo eso vale menos que
una mirada ardiente de Julián, y me he prometido andar, andar en busca de algo
imposible, en busca de los jirones de mi Ideal, porque llena está mi alma con
la nostalgia de aquella Flor tan peligrosa”.
Cesó la vieja de contar y un hondo suspiro se escapó de su
pecho. La llama se estremeció, una lengua de fuego se elevó muy alto, agónica,
expirante y se apagó; un rayo de luna filtróse por un claro de la techumbre y
dio en el rostro pálido del Viejo de barbas patriarcales y canas, sus ojos se
habían cerrado con una expresión de infinita angustia y sus labios, contraídos
en un rictus de dolor. Se miraron fijamente, fijamente, y dijo el Viejo con
tristeza:
-¡Yo soy aquel Julián!
Reinó en la choza un silencio angustioso.
¡Ni un abarazo!
¡Ni un beso! ¡Nada!
¡Nada!
Sólo los sollozos que se ahogaban en las gargantas y las
lágrimas que corrían lentamente por las mejillas.
¡Cómo pesan los años! ¡Hasta sobre el amor!
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Y cerraron los ojos lentamente, como lo hacen los niños
hambreados, después de llorar mucho.
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Las Estrellas y la Luna temblaron palideciendo, un
resplandor rojizo vino de Oriente, y más atrás el Sol, poniendo una caricia en
aquellos labios, muertos para el beso; en aquellos cuerpos, muertos para el
amor.
¡Todo
es dolor! ¡Todas las ilusiones de la vida humana, empiezan con la vana locura
de esperar y acaban con la triste locura de llorar!
Y
después… viene la Muerte.
En una de aquellas mañanas precursoras de la Primavera,
había nevado mucho. Inmensas moles de Nieve yacían en las alturas. Más abajo
los grandes Tinacos protegidos del calor por las Montañas.
El Sol brilló , vivificando los cuerpos y las cosas. Eran
las diez. Julián y Hermina dormían todavía, bajo la caricia del sol asesino.
Y empezó el deshielo.
Asolador, terrible, como no se lo había visto.
Las moles de nieve calentadas, temblaban y bajaban por la
pendiente.
Pronto se formó un gran río que lo arrastraba todo y se
llevó a los Viejos sorprendidos en la mísera choza. Fue un grito unísono y,
después el bajar, más abajo, más abajo…
En un gran ventisquero las aguas se estancaron, los Viejos
se unieron en un abrazo indisoluble como si cada uno encontrara en el otro su
salvación y, empezaron a dar vueltas por el Tinaco a impulsos de la corriente…
El agua cesó de entrar y un frío letal empezó de nuevo a
invadirlo todo.
Los viejos se hundieron, flotaron, otra, y otra vez.
Y el agua se congeló de nuevo cerrándose como una Tumba.
¡Tumba blanca, sola, fría! sobre los expirantes estrechados fuertemente, cual
si cada uno temiera entrar solo al Reino de las Sombras Infinitas.
Y después: la Primavera… El Estío… Y los años, y los años,
rimando una extraña y bendita Melodía, la Melodía del Olvido, del Tiempo… Y los
Viejos, yertos, abrazándose… Siempre…
¡Eternidad de Amor!
Eso es hermoso es un libro muy bello aunque jamás me lo he leído pero aquí en cada palabra lo dice todo
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